HOMENAJE A LAS MADRES AUSENTES.
Por Rafael Labrada Díaz
Este segundo domingo de mayo, el cementerio Vicente García, de la ciudad de Las Tunas, se vistió de blanco para recibir a un inmenso mar de hombres y mujeres que, con ramos de flores en sus manos, fueron a rendir tributo a mamá en este Día de las Madres.
Las estrechas y caprichosas callejuelas trazadas al azar y encargadas de cubrir el espacio entre tumba y tumba estaban repletas de familiares de quienes ya no están físicamente entre nosotros, pero se encuentran insertadas en el corazón de sus hijos, hermanos, hermanas, padres y madres, en fin, en el de todos.
Sobre el campo santo caía una lluvia de recuerdos sobre la mente de los allegados, para convertirse en lágrimas que, al rodar lentamente por la mejilla, lavaba el dolor por el ser querido desaparecido, pero con la conformidad de que en vida se hizo lo mejor en aras de lograr su bienestar.
Con motivo de la fecha, trenes de ómnibus repletos de pasajeros llegaban y salían hacia diversos puntos de la ciudad, para prestar un inestimable servicio a la población citada por el deber y el amor al cementerio Vicente García, donde decenas de comerciantes ofertaban flores de una variada policromía.
Hoy, una flor en una tumba, es la genuina expresión del más tierno cariño y recuerdo imperecedero de los hijos a las madres ausentes, recuerdo que no se borra aunque pasen los años y surjan nuevos tiempos y acontecimientos familiares.
La muerte nos arrebata despiadadamente a nuestras madres como algo de extrema naturalidad, pero nosotros jamás aceptamos la pérdida de la progenitora de los días en que vivimos y, en la mente, llevamos por siempre la ausencia irreparable.
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